¿Colección, Biblioteca o Cementerio?

D. Lloris

Como responsable que fui durante una década de las Colecciones Biológicas de Referencia del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC), debía atender a las personas o grupos que las visitaban, mostrarles las dependencias y darles una breve reseña sobre los objetivos perseguidos con el material allí catalogado.

El escenario, fue un filón de anécdotas. De entre todas he elegido la que a continuación me atrevo a narrar porque, entre otros motivos, me viene como anillo al dedo para dar a conocer un aspecto de esa sorprendente cualidad que tenemos los humanos para invadir competencias sin tener ni idea de lo que se cuece, simplemente por el hecho de querer opinar sobre lo que nada sabemos o por creerse en la obligación de formular alguna opinión inteligente.

Los amigos, conocedores de esta anécdota me instan a que no la cuente pues podría herir, caso de leer estas líneas, la sensibilidad del personaje principal, pero a estas alturas de mi trayectoria científica, mi edad, un infarto de miocardio y estar felizmente jubilado. Me proporciona una suerte de visión del hoy y muy relativa del mañana. Así que con este traje y la habilidad que me atribuyo para mantener el anonimato del personaje en cuestión, creo que puedo seguir adelante.

No sé, amigos lectores, si conocéis el chiste del pastor que se jugó una oveja del rebaño que cuidaba, pero, aunque sea así, lo contaré igualmente, pues ilustra el sentir que se han ganado a pulso algunos expertos que trabajan con el ADN que todo material orgánico posee.

En cierta ocasión, un individuo que observaba las evoluciones de un rebaño de ovejas, le propuso al pastor que las cuidaba la siguiente apuesta: – ¿Si soy capaz de adivinar el número de ovejas que usted tiene y su sexo, me regalaría una? – El pastor meditó la propuesta durante un instante y ante lo que creyó imposible, aceptó.

La respuesta llegó casi de inmediato – Usted tiene 320 ovejas, de las cuales 308 son hembras y el resto, 12 son machos.

Ante tal prodigio del saber humano el pastor quedó atónito y no tuvo más remedio que aceptar la pérdida de la apuesta por lo que le dijo a su misterioso y sabio visitante que podía llevarse una oveja, pero cuando vio que este se iba feliz con su carga en brazos, le interpeló de la siguiente forma: – ¿Si soy capaz de adivinar cuál es su profesión, me devolverá lo que ha ganado? – De acuerdo – respondió con suficiencia el campeón, creyendo que el pastor pudiera acertar.

Con un teatral gesto de meditación el pastor cerró sus pícaros ojos, se ajustó la boina y dijo: – Usted – señalándolo con un amarillento y torcido dedo – es biólogo molecular. Estupefacto ante el acierto que acababa de tener el pastor, le preguntó cómo podía saber eso, si no le conocía de nada – Muy fácil – respondió este– lo que usted se está llevando no es una oveja, es mi perro.

Como puede imaginar el lector, el chiste, a excepción de algunos, no suele ser del agrado de los biólogos moleculares, pero sirve para comprender mejor lo que a continuación voy a contar, en especial, si añado que este colectivo suele trabajar con muestras muy reducidas del material a analizar. Tanto que, en demasiadas ocasiones, no suelen tener idea de la forma y tamaño del organismo a que pertenecen.

Volviendo a nuestra historia, diré que en uno de esos compromisos tuve que atender, a un científico cuya carrera se había desarrollado entorno al estudio del ADN solo que para ese entonces ocupaba un cargo de gestión en la administración. El hombre venía acompañado por varios “satélites” que le allanaban cualquier pega que pudiera surgir, tal vez, porque corrían rumores que sus visitas acostumbraban a ser algo polémicas.

Cuando me encontraba disertando sobre lo que estaban viendo (unos armarios compactos donde se encontraban cientos de frascos que contenían peces, junto a sus correspondientes etiquetas de identificación), desplegué uno de mis mejores trucos, les dije que esa era mi biblioteca (Fig.1).

Fig. 1. Parte interior de un armario compacto de las CBR (Colecciones Biológicas de Referencia) del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) y uno de sus primeros logotipos.

Esta salida suele sorprender a muchos porque lo que están viendo les parece más bien un cementerio que otra cosa, pero yo que conocía la tarea investigadora del personaje, deduje que sabría interpretarlo pues él trabajaba con aminoácidos (Adenina, Timina, Citosina y Guanina) que se representan mediante letras y, además porque así lo creo, ya que los organismos conservados, por su forma y características, son como libros escritos en un lenguaje codificado que el taxónomo sí sabe y puede interpretar.

Fue un desperdicio de ingenio, pues el hombre, después de unos segundos, dijo en tono seco y cortante: «Dentro de poco tiempo, este tipo de instalaciones estarán obsoletas porque conoceremos el marcador genético de todos ellos (peces, crustáceos y cefalópodos que allí se encontraban catalogados) y podrán almacenarse en un espacio tan reducido que le asombrará».

Ante tal respuesta, carente de conocimiento de cómo se desarrolla todo el proceso del que se aprovechan algunos de estos especialistas y, sin esperar a que especificase lo que entendía con eso de dentro de poco tiempo, no pude evitar dejarle caer que se encontraba en un error y, haciendo caso omiso de los “satélites” que me soplaban lo que ya sabía (su condición de biólogo molecular), pasé a contarle el chiste que ya conocen, añadiendo que el rústico pastor representaba al taxónomo que aseguraba la bondad de la identificación de la muestra de tejido que llegaba a los laboratorios de análisis de ADN, pero que, al igual que los pastores, los taxónomos se estaban extinguiendo gracias a ese tipo de opiniones carentes de fundamento, con lo cual podría ocurrir que en ese supuesto futuro, los especialistas en ADN, no sabrían a ciencia cierta qué demonios estaban analizando.

Creo que se sintió algo ofendido, puesto que, sin responder palabra alguna, giró sobre sí mismo y salió, junto con todos sus acólitos, de mí “biblioteca”.

 


AUTOR:

Dr. Domingo Lloris, ictiólogo marino con 150 publicaciones, 60 proyectos, 52 campañas al Mediterráneo, Cantábrico, Mauritania, Namibia, Canal Beagle, mar argentino, Chile, Terranova. Pionero en el muestreo a más de 1000 m. de profundidad.

Foto de portada: Border collie cuidando unas ovejas. [Ref.: Fotomontaje D. Lloris].