El caso del pez prehistórico

D. Lloris

Rosana, la chica que atendía la centralita telefónica del Instituto, me llamó para decirme que alguien, con un extraño aspecto, quería hablar con un especialista en peces sobre un asunto muy importante – ¿Podría ser tan amable de venir y atenderle?

Efectivamente, el aspecto general del individuo era algo desaliñado. Su pequeña cabeza, de pelo rojizo y encrespado, sobresalía de entre las solapas alzadas del chaquetón marinero en el que iba embutido y sus pequeños ojos de mirada huidiza parecían querer controlar todo lo que se movía a su alrededor. No sé por qué, pero me recordó a uno de esos dibujos donde se representa a un conspirador que porta una bomba, negra y esférica con la mecha encendida, bajo el abrigo. Me presenté y pregunté si podía ayudarle en algo.

Tras una larga y lateral mirada de reconocimiento me respondió, con un susurro de confidente, que traía un pez prehistórico que quería mostrarme. Al mismo tiempo que decía esto, metía su mano en el chaquetón.

Di un paso atrás en prevención de cualquier sorpresa, pero lo que extrajo fue una caja de puros de poco más de un palmo de largo, por unos diez centímetros de ancho y tres o cuatro de alto. Sin abrirla, me miró con desconfianza y volvió a mascullar algo sobre la importancia del hallazgo.

Le apremié para que me lo mostrara, pues estaba interesado en saber cómo era ese pez y, así, de pie como estábamos en la entrada del Instituto, me mostró un armadillo (Peristedion cataphractum) reseco y de un desvaído color amarillento, que aparecía sobre un fondo de tela roja cuidadosamente dispuesta (Fig. 1).

Fig. 1. Caja de puros con el ejemplar “prehistórico”. [Ref.: Fotocomposición D. Lloris]

Cuando le mostré mi interés en saber de dónde lo había sacado, adujo que lo encontró, todavía vivo, en la orilla de un río que flanquea el norte de la ciudad [Besós].

No osé contradecirle, ni explicarle que tal especie era imposible que la hubiera hallado viva cerca de un río y menos en aquel donde dijo haberla encontrado, porque por aquel entonces, ese río, no era como ahora, tal era su grado de contaminación que difícilmente podía albergar vida alguna a no ser que fuera bacteriana.

Tampoco le comenté que esa especie no era rara, ni que era propia de los fondos marinos, comprendidos entre 30 y 700 metros de profundidad. Por el contrario, mientras lo acompañaba a la salida, le felicité por poseer tan raro ejemplar, instándole a ponerlo a buen recaudo pues, sin duda alguna, era un valioso tesoro de tiempos remotos que valía la pena conservar.

REFERENCIA

Relato extraído y modificado, de:

Lloris, D. 2019. Anecdotario y vivencias de un Ictiólogo (Anacefaleosis 1971 – 2018). Amazon, 314 pp.

 


AUTOR:

Dr. Domingo Lloris, ictiólogo marino con 150 publicaciones, 60 proyectos, 52 campañas al Mediterráneo, Cantábrico, Mauritania, Namibia, Canal Beagle, mar argentino, Chile, Terranova. Pionero en el muestreo a más de 1000 m. de profundidad.

Foto de portada: Armadillo (Peristedion cataphractum) y detalle de la cabeza [Ref.: D. Lloris].