El Mediterráneo. ¿Un mar sin peces?

D. Lloris

En primer lugar, quisiera anunciar que este artículo forma parte de otro más extenso (Lloris, 2019), donde se detallan aspectos de la problemática anunciada en el título.

Las alarmas respecto al estado de salud del Mediterráneo no son nuevas, vienen de lejos y, a poco que busquemos, encontraremos un gran número de artículos que nos cuentan sus dolencias. Si nos ceñimos a los temas pesqueros quisiera decir que, en mi opinión, el tema de la sobrepesca se ha llevado a límites extremos, metiendo en el mismo saco indiscriminado a todo el sector pesquero local y mundial y, en particular, a la pesca de arrastre, cuando existen matizaciones a todo lo que se vierte en los medios de comunicación ya sean estos científicos o pseudocientíficos.

A este respecto, el lector debe saber que nunca, ni antes, ni ahora, nuestros pescadores litorales, han conseguido abastecer una ciudad como Barcelona y, si algunos han creído que por más capacidad de pesca que den a las embarcaciones, encargadas de ese menester, conseguirán alcanzar esa quimera, que se lo vayan quitando de la cabeza, entre otras causas, debido a que la capacidad de producción de los caladeros habituales, es la que es y todavía la conservan en mayor o menor medida dependiendo de otros factores.

Y, ahora toca un poco de historia. Según nos cuentan López-Linage y Arbex (1991), existen toda una serie de documentos sobre la pesca en Cataluña, de lo que, entonces (1681-1794), se denominaron «Las guerras del gánguil», cuando los innovadores armadores de la época utilizaban una o dos embarcaciones a vela, equipadas con una red de arrastre bentónico, conocida como «Gánguil» (Tartanas) (Fig.1), cuyo uso, según decían sus coetáneos, que no la empleaban, mermaba considerablemente la cantidad de pesca disponible y, en consecuencia, el potencial de captura de todos ellos.

Fig. 1. Pesca con Gánguil remolcado por una pareja de tartanas que mantienen los tiros del arte de arrastre abiertos. [Ref.: López-Linaje y Arbex, 1991 + Duhamel du Monceau].

En ese tiempo los argumentos podrían ser válidos, pero hoy sabemos de las distintas modalidades de pesca pensadas para la captura de unas especies y no de otras que, a su vez, ocupan distintos intervalos batimétricos y fondos que no son rastreables bajo la penalización de la pérdida de sus aparejos.

Cuatro siglos más tarde, seguimos en las mismas. Un libro publicado por Cury y Miserey. (2012), traducido como «Una mar sense peixos«, ya anuncia cuál puede ser su contenido, pero si, además, a esta edición, a modo de vanguardia de las páginas que vendrán después, se le añade un insólito apartado introductorio, preparado por dos biólogos pesqueros, ajenos a la autoría de la obra, donde nos anuncian el estado en que se encuentra la pesca en el Mediterráneo occidental, no hace falta ponerse estupendo para intuir que el libro versará sobre los tópicos y evidencias generalistas de siempre, recogidas en mares y océanos del planeta, donde cualquier referencia al Mediterráneo será tangencial, por lo que dichos prologuistas, inducen a pensar que lo mismo ocurre en el Mediterráneo. Veamos, entre otras cosas, qué nos dicen en dicho apartado introductorio:

[«…si queremos ver peces en su medio, vamos a uno de esos pequeños lugares conocidos como reservas marinas o, peor, a un acuario. Especies que antes formaban parte de la vida y de la dieta de nuestros antepasados han desaparecido o son rarísimas…»]

Desconozco de dónde provienen las observaciones que han inspirado a estos dos autores, para escribir esas líneas, pero si es así como ven al Mediterráneo, poco se puede esperar de ellos para proporcionar cualquier cura paliativa que mejore su salud.

A todos los que así piensan les diría que su incapacidad de ver peces, no impide que estos, no solo los vean y oigan a ellos porque, dependiendo de su actividad, pronto los tendrán cerca, dejándose ver o mantendrán la distancia que toda prudencia aconseja ante cualquier encuentro con el ser humano. Una pincelada de esto lo hemos visto estos días de confinamiento, sorprendiéndonos viendo caminar por nuestras calles animales no habituales.

Tampoco sé a qué se refieren, cuando nos hablan de la dieta de nuestros antepasados y hubiera sido interesante que la detallaran para darles la razón o quitársela, pero en su lugar diré que, un par de generaciones atrás, los pescadores no consumían la variedad de pescado de hoy día y, para conseguirla, no se alejaban, como ahora, demasiado de la línea de costa y, todas las especies que entonces estaban, siguen presentes hoy en día, a excepción del siempre socorrido ejemplo del esturión, cuya desaparición local parece ser debida a causas ajenas a las pesquerías.

Personalmente, no dejo de pensar en el escaso interés de los redactores de ese escrito por el conocimiento de estos organismos de los que solamente perciben aspectos relacionados con sus abundancias y biomasas, sin prestar atención a su capacidad de aprendizaje, memoria y supervivencia, pero esto sería entrar en otra discusión de ámbitos más sutiles, no exentos de innumerables ejemplos empíricos (véase en este mismo blog: “El mito de una frase hecha. Una atribución injustificada: Tener memoria de pez”).

En cuanto a los peligros que acechan a este mar podría extenderme hasta algo más allá de la saciedad, pero quien esté leyendo estas líneas encontrará muchos de estos titulares en las hemerotecas y en los medios digitales actualmente disponibles.

REFERENCIAS
Cury, Ph. y Y. Miserey. 2012. Una mar sense peixos. (Traducción al Catalán de J. Lleonart y F. Maynou) para L’Institut d’Estudis Catalans. Secció de Ciències Biològiques. 238 pp.

Lloris, D. 2019. Hablemos del Mediterráneo (y… de los peces que lo habitan). Amazon. 242 pp.

López-Linage, J. y J.C. Arbex. 1991. Pesquerías tradicionales y conflictos ecológicos 1681-1794, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. 316 pp.


AUTOR:

Dr. Domingo Lloris, ictiólogo marino con 150 publicaciones, 60 proyectos, 52 campañas al Mediterráneo, Cantábrico, Mauritania, Namibia, Canal Beagle, mar argentino, Chile, Terranova. Pionero en el muestreo a más de 1000 m. de profundidad.

Foto de portada: Captura de 22 toneladas de anjova (Pomatomus saltatrix), cerca de Benicarló (Castellón). [Ref.: F. Nieto].