Oráculos, augures, hierofantes y profetas

D. Lloris

Hace unos días, tras leer un nuevo artículo sobre los males que afectan al Mediterráneo y las causas responsables, detectadas a partir de los nuevos oráculos, actualmente denominados modelos, no he podido evitar pensar en la abundancia de estos y la fe que en ellos depositan sus seguidores. Tema que traté, en diferentes apartados, con cierta extensión (Lloris, 2019) y que, ahora, con las obligadas limitaciones del espacio en esta bitácora he intentado resumir.

Tiempo atrás, bastaba cualquier fenómeno natural, causante de alguna desgracia que involucrase a un colectivo humano, para ser atribuido a la ira de los dioses que castigaban a los hombres por no haber seguido las leyes difundidas por quienes estaban interesados en amedrentar y confundir.

Aún hoy día, todavía, ante una larga sequía, se forman procesiones y rogativas para alejar el mal generado como castigo a nuestros pecados y, hay quienes, se sacan una teoría conspirativa de la manga antes que canta el gallo. También siguen entre nosotros aquellos que, antes de empezar una competición deportiva, miran al cielo y se persignan para tener de su parte la baza del todopoderoso.

Ocurre que, durante el proceso de asentamiento de una nueva manera de pensar, la sociedad que nos rodea, tampoco se mantiene estática, cambia y evoluciona hacia posturas que difieren, poco o mucho, de la esencia fundacional.

Durante un tiempo, perduran los guías y los apóstoles, pero, a su vez, también los detractores, moderados o furibundos, y quienes utilizan una u otra postura con finalidades diversas. De este modo, en una primera etapa, se va despertando la sensibilidad de las gentes frente a una serie de acontecimientos, para alcanzar, posteriormente, la insensibilidad por agotamiento o, en busca de un cambio sustentado por el anuncio de un nuevo paradigma.

Desde siempre, estos escenarios, vienen acompañados de profetas que proclaman la buena nueva, con promesas de un futuro paradisiaco, siempre demasiado lejano, para los seguidores de sus postulados y, el caos, para quienes no comulguen con ellos.

Actualmente, no existen demasiadas diferencias, aunque se utilizan técnicas retóricas algo distintas, pero similares al arte de elaborar la trama de lo que se consideraría una novela histórica, es decir, mezclando verdades documentadas con la fantasía, las conjeturas y la especulación. En el camino, fruto del exceso, se va perdiendo nuestra capacidad analítica, aceptando o rechazando, irreflexivamente, sin cuestionar la veracidad de la información recibida por afamados augures, ahora, llamados expertos o tertulianos que hoy día nos amenizan los medios de comunicación al alcance de todos.

Olvidamos fácilmente a los antiguos sabios que, ante este tipo de personajes – los hay en todos los ámbitos – nos decían que hablar del futuro, era como seguir el camino más corto para equivocarse, advirtiéndonos que estas cuestiones relacionadas con el futuro, conseguían hacer troncharse de risa al mismo Dios.

Situados ya en el camino que se pretende abordar, diría que todo conocimiento científico debe ser discutido con la mejor información posible y, además, ofrecer la contingencia de ser verificado empíricamente sin que influya para nada la subjetividad personal. Sin embargo, continuamente se emiten conclusiones elaboradas sin estas premisas, eso sí, con voluntad advertidora y tendencia al reclutamiento de personal sensible, generalmente de buena voluntad, que más tarde contribuirá espontáneamente a difundirlas.

En ocasiones, tengo la sensación de que la partida del conocimiento parece jugarse entre la ciencia y la especulación (paraciencia o pseudociencia), dirigida a una sociedad que consume la información de forma acelerada.

En ciencia también se buscan llamativos titulares para situar en buen lugar los supuestos nuevos avances del conocimiento, sin parar mientes en el material que los ha generado y, pronto los olvidamos para dar paso a otros que parecen más novedosos. Solo nos damos cuenta de la cantidad de causas equívocas que los han originado con el paso del tiempo y aun así los ignoramos. Tal vez vayamos demasiado rápidos en sentenciar lo complejo sin el adecuado bagaje y al igual que nos dice Gardner (1989), pasar muchas de esas verdades por el ojo relativizador del tiempo. Sin embargo, siguen ahí con su carga de entropía desestabilizadora.

Así, los titulares que más veces nos llegan, respecto a la temática en curso, aluden a: «El Mediterráneo se muere», más prosaico y directo que esté otro, de corte académico, «El mar Mediterráneo resulta ser el ecosistema más amenazado del planeta». Otro titular, con bastante difusión, gracias a la brillante retórica de quien lo emitió y, porque, además, iba más lejos, señalando directamente a los presuntos causantes del desaguisado como fue: «El mar Mediterráneo va camino de convertirse en una sopa de medusas y microbios a causa de la sobreexplotación pesquera» o el último, a propósito del día mundial de los océanos (8 de junio), donde en la promoción de un video de National geographic, un indocumentado nos dice que “El Mediterráneo ya es el mar más contaminado del Mundo”. Decir esto, es tener una limitada idea de lo que acontece en el Mediterráneo y en otros lugares, como por ejemplo el mar Caspio, el Negro o el de la China meridional.

Si a estas tendencias les añadimos otros factores que suelen estar presentes en este tipo de discursos, como es el de despertar algún miedo atávico o al beneficio que obtendremos, se consigue el cóctel idóneo con el cual arrastrar al personal de forma incondicional.

No quedan fuera de este repertorio los supuestos y las conjeturas circunscritas a la fabulación, pero debemos saber que los artículos que los contienen, solamente indican el desconocimiento o incertidumbre de quienes pretenden convencernos de su verdad.

El profesor de la teoría de los procesos irreversibles, escritor y divulgador Jorge Wagensberg, estaba en lo cierto cuando, en uno de sus aforismos, decía: Adivinar el futuro es el segundo oficio más antiguo de la historia”.

REFERENCIAS

Gardner, M. 1989. La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso. Alianza Editorial. 640 pp.

Lloris, D. 2019. Anecdotario y vivencias de un Ictiólogo (Anacefaleosis 1971 – 2018). Amazon. 314 pp.


AUTOR:

Dr. Domingo Lloris, ictiólogo marino con 150 publicaciones, 60 proyectos, 52 campañas al Mediterráneo, Cantábrico, Mauritania, Namibia, Canal Beagle, mar argentino, Chile, Terranova. Pionero en el muestreo a más de 1000 m. de profundidad.

Foto de portada: Oráculo conocido como “Bocca della verità”. Se le atribuyen diferentes leyendas entre ellas, la más popular es aquella que dice: Quien introduce la mano en su boca y miente, irremediablemente, la pierde. Podría ser interesante que algunos expertos se sometieran a esta prueba igual que hizo el emperador Flavio Claudio, más conocido como Juliano el apóstata. [Ref.: Fotomontaje D. Lloris].