Dalcahue, la pick-up, los urbanitas y el lugareño

D. Lloris

Chiloé me deparó variadas anécdotas que llenarían un cuaderno entero de notas, pero no es cuestión de enumerarlas todas y esta es una muestra más de cómo, unos tipos de ciudad, se desenvuelven por parajes agrestes y se encuentran con la horma de su zapato. La primera, publicada en este mismo blog, versó sobre el oro de Pumillahue y, ahora, me he decidido por esta otra que, continuación, cuento.

Creo que fue camino de la comuna de Dalcahue que nos encontramos frente a una pronunciada y embarrada pendiente. Germán, nuestro colega chileno que conducía el pick-up, se detuvo justo en el borde superior, desde donde veíamos que alguien había colocado una larga serie de traviesas de madera con la finalidad de dar firmeza al movedizo y embarrado terreno. La duda consistía en confiar que el invento aguantara el peso que pretendíamos pasar con nosotros dentro y los extras de acampada amontonados en la caja posterior del vehículo. Sin movernos del interior del auto, evaluamos la posibilidad de seguir adelante o dar media vuelta y buscar otro sendero para llegar a una de las playas que buscábamos.

En esas estábamos cuando vimos que, por el margen izquierdo, subía muy lentamente un lugareño montado a caballo y decidimos esperar sentados en el interior del vehículo su llegada a nuestra altura, cuestión que se demoró más de lo que el flemático German esperaba, su impaciencia se puso en evidencia por los jocosos comentarios que hizo sobre la parsimoniosa idiosincrasia nativa.

Al llegar a nuestro nivel, a un gesto de Germán, el hombre del caballo se detuvo quedando a la expectativa y Germán preguntó – “Oiga paisano usted cree que con este carro podríamos bajar por esta pendiente” – El del caballo quedó meditabundo, sin pestañear y sin mover ninguna de las múltiples arrugas que surcaban su rostro y, al cabo, contestó con otra pregunta – ¿Tienen caballos? – Germán se quedó pasmado, se giró varias veces hacia nosotros con los brazos abiertos y cara de incredulidad hacia el hombre que ya había reemprendido su camino. Acto seguido – Germán – accionó las marchas a la vez que mascullaba – ¡Chucha! – ¿Caballos? – ¡ Este tiene un montón de ellos! Y, decidido, maniobró para iniciar el descenso.

Nada más entrar en el terreno embarrado lo supimos – no pasaríamos de allí – y lenta, pero inexorablemente empezamos a hundirnos de tal modo que las puertas quedaron atoradas y tuvimos que escapar por las ventanillas del inclinado vehículo saltando a la tierra más firme, situada en los márgenes de aquel sendero.

Cuando en alguna ocasión rememorábamos esta historia, aún nos reímos,   ya que lo mejor vino después. A pie, desandamos el camino hasta llegar a un ranchito que habíamos visto al venir. Nada más divisar la vivienda, ante las caras interrogativas de mis compañeros, me entró un ataque de risa, allí, a un lado, estaba el caballo y el hombre al que no habíamos escuchado con la suficiente atención.

El hombre estaba enjaezando una cadena al yugo de un buey y al vernos venir hizo un pausado y cachazudo gesto de asentimiento y moviendo la mano indicó el camino por donde veníamos. Esta vez sí lo entendimos y, cabizbajos, en silencio, llegamos junto a la semihundida pick-up, enganchamos la cadena que el buey venía arrastrando a la parte trasera y así pudo ser sacada del atolladero donde, Germán, confiando en sus muchos caballos y la fuerza de tracción del vehículo, la había metido.

La historia de esta jornada no terminó aquí y el barro del lugar protagonizó dos nuevos episodios.

El primero, ocurrió tras dejar el pick-up en el ranchito, al cuidado del lugareño y. al volver sobre nuestros pasos vimos a un pequeño y flamante 4×4 todoterreno que se disponía a descender por el mismo lugar de nuestro fallido intento. No llegamos a tiempo y tuvimos que ayudar a la pareja que lo habitaba a salir de él e indicarles el camino que ya conocíamos.

El segundo escenario ocurrió tras decidir seguir a pie hasta la supuesta playa que queríamos visitar. Mientras descendíamos la pendiente que no pudimos superar con el pick-up, meditaba que, de ser recurrentes estas condiciones, este era un lugar a descartar. Ahora bajábamos sin carga alguna, pero, con todo el equipo de pesca y los bidones con las muestras metidas en líquido conservador, sería una labor por la que no estaba dispuesto a pasar y, decidí no continuar, asentándome en uno de los estrechos pasos existentes a ambos márgenes del camino (posiblemente el utilizado por quienes lo hacían a caballo, como el paisano que habíamos encontrado anteriormente). Desde donde me dispuse a observar el descenso de mis colegas, mientras disfrutaba del paisaje y me fumaba unos cigarrillos.

De pronto, me pareció ver que Jaume, uno de los tres colegas que bajaban por la pendiente, desaparecía. Eso fue muy aparente por llevar una vestimenta de color rojo muy visible. A la vez, vi como Germán y Julio, nuestros colegas chilenos, se agachaban y tiraban de él.

Pasado un tiempo vi que volvían hacia donde me encontraba – Jaume cojeando – al llegar supe qué había ocasionado su vuelta. Jaume había caído en una poza cenagosa que se lo tragó hasta la cintura. Sacarlo había requerido un esfuerzo tal que hizo desistir de continuar y en el evento de extracción, Jaume había perdido una de sus maravillosas y caras botas de Gore-tex. No pude dejar de evocar una experiencia similar sufrida en solitario durante mi estancia, años atrás, en Cambaceres – Canal Beagle – Tierra del Fuego (Argentina).

No obstante, estos eventos, escasamente seductores, de las visitas a playas, acantilados y roquedales de Ancud, Castro, Chacao, Chonchi, Cucao, Dalcahue, Guabun, Pumillahue y Quemchi, guardo enriquecedoras experiencias, tanto humanas como profesionales, que espero nunca se borren de mi memoria.


AUTOR

Dr. Domingo Lloris, ictiólogo marino con 150 publicaciones, 60 proyectos, 52 campañas al Mediterráneo, Cantábrico, Mauritania, Namibia, Canal Beagle, mar argentino, Chile, Terranova. Pionero en el muestreo a más de 1000 m. de profundidad.

Foto de portada: El pick-up semi hundida en el barro. [Ref.: Fotomontaje D. Lloris].